El Estado dominicano sigue siendo "sumiso" ante jerarquía de la Iglesia católica - conviterd

jueves, 16 de julio de 2015

El Estado dominicano sigue siendo "sumiso" ante jerarquía de la Iglesia católica




La Colectiva Mujer y Salud criticó hoy la postura “sumisa” del Estado dominicano frente a la jerarquía de la Iglesia católica cuando de política pública en materia de salud sexual y reproductiva se trata.
De igual forma, la entidad observa el desconocimiento manifiesto por parte de la Conferencia del Episcopado Dominicano del proyecto de Ley de Salud Sexual y Reproductiva, cuyo abordaje ha sido aplazado por la Cámara de Diputados.
La iniciativa, de los diputados Cristian Paredes y Hugo Núñez, persigue garantizar el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos, contemplando planes para prevenir enfermedades y ofrecer servicios sanitarios en materia de sexualidad y reproducción.
Aquí el documento íntegro de la Colectiva Mujer y Salud
Da la impresión de que las personalidades y entidades religiosas que han criticado tan acremente el anteproyecto de Ley de Salud Sexual y Reproductiva no lo han leído a fondo, porque sus críticas no se corresponden ni con la letra ni con el espíritu de la legislación propuesta.

Cualquiera que saque el tiempo para leerlo se dará cuenta de que el extremismo no está en el anteproyecto de ley, que propone medidas eminentemente razonables y ampliamente consensuadas, sino en las posiciones de los obispos, que insisten en satanizar políticas públicas moderadas con las que la mayoría de la población está de acuerdo. Recordemos que los únicos que objetan esta ley, similar en sus contenidos a tantas otras vigentes en América Latina, son los sectores religiosos más conservadores, tanto católicos como evangélicos.

Durante demasiado tiempo nuestros gobernantes han mantenido una postura sumisa frente a la jerarquía católica en lo que respecta a las políticas públicas en salud sexual y reproductiva. Los resultados de esta postura han sido catastróficos para el país, que hoy cuenta con indicadores sanitarios que nos deben indignar y sonrojar: a pesar del subregistro y las imprecisiones estadísticas, la tasa de mortalidad materna sigue por encima de 100 por 100,000 nacidos vivos, considerablemente mayor al promedio regional; una de cada cinco adolescentes dominicanas ya es madre o está embarazada, una de las tasas más altas del hemisferio; apenas el 7% de los estudiantes dominicanos recibe algún tipo de educación sexual; la necesidad insatisfecha de anticoncepción alcanza el 27% entre las adolescentes en unión de pareja y el 21% entre las adultas de 20-24 años; las autoridades advierten de un repunte de enfermedades como la sífilis, gonorrea y papiloma entre la población joven, etc. Ante esta situación calamitosa, la Ley de Salud Sexual y Reproductiva constituye una necesidad impostergable.

Hace menos de un año que el Congreso Nacional y el país entero vivió la experiencia de la observación presidencial para despenalizar el aborto por causales a pesar de las objeciones clericales, y vimos que a nivel político no pasó nada –como tampoco le pasó nada a las y los 33 valientes que votaron contra el artículo 30 de la reforma constitucional y luego se postularon a la reelección en el 2010, reteniendo la mayoría sus curules a pesar de las amenazas públicas de la Iglesia. Felizmente no estamos en 1963 sino que, por el contrario, el momento histórico actual luce eminentemente apropiado para que el Congreso Nacional demuestre independencia de criterios y vote a favor de una ley que a todas luces favorece la salud pública y el bienestar de la población.

Es una pena que la jerarquía católica dominicana dirija su indignación moral contra un anteproyecto de ley moderado, razonable, absolutamente necesario, mientras se mantiene silenciosa frente a las artimañas del exnuncio, que ahora evade el juicio del tribunal vaticano apelando a borracheras matutinas. También es una pena que la Iglesia no se decida a asumir sus posiciones con un poco más de franqueza, por impopulares que éstas sean. En otras palabras, el problema con la educación sexual científica y con enfoque de derechos no es su pretendida ‘genitalidad’, es que la Iglesia sencillamente no está de acuerdo con que las escuelas impartan esta materia. El problema con el aborto terapéutico no es la defensa de la vida, ya que de ser así la Iglesia sería una ardorosa defensora del aborto terapéutico, que tantas vidas de mujeres ha salvado. El problema es que la Iglesia no quiere que se interrumpa el embarazo nunca, ni siquiera para salvar la vida de la mujer, no digamos ya cuando el embarazo es producto de violación sexual o incesto.

La realidad es que estas posiciones extremas no son populares ni siquiera entre los mismos católicos y que cada vez que los electores dominicanos han sido consultados mediante encuestas de opinión, se han manifestado inequívocamente a favor de la educación sexual escolar, la despenalización terapéutica del aborto, la planificación familiar, el uso de condones para prevenir el VIH, etc., etc. ¿Cómo es entonces que, aunque sabemos que la aplicación de doctrinas religiosas al ámbito sanitario ha sido catastrófico para el país; aunque la ciudadanía está claramente a favor de la adopción de políticas sanitarias racionales y efectivas; aunque la observación triunfante de Medina al Código Penal puso en graves apuros la reputación de tumbagobiernos que la Iglesia ha mantenido desde la época de Láutico García; cómo es que, a pesar de todo esto, la Iglesia sigue arremetiendo contra cualquier medida sanitaria inteligente, sensata y prudente? ¿Y cómo es que el Congreso Nacional, supuesto a defender los intereses y los derechos del electorado que lo eligió, parece otra vez presto a someterse a las exigencias de la Conferencia Episcopal, cuyas posiciones no representan ni siquiera a sus propios feligreses?.

La coyuntura actual no debe ser desaprovechada para dotar al país de una legislación moderna que nos permita empezar a transitar hacia la definición e implementación de políticas públicas racionales, que mejoren efectivamente la calidad de vida de la población dominicana, sobre todo de los sectores más jóvenes y más pobres. Los intereses de la población deben estar siempre por encima de los intereses, reales o imaginarios, de los políticos que dicen representarnos. El momento es oportuno para que nos lo demuestren.

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