Una revolución social conlleva una quiebra del sentido común vigente. Cuando ya el sentido común con el que se ha manejado no le sirve a la gente para explicar la realidad y mucho menos para dar continuidad “normal” a la vida, no queda de otra que sumarse, o al no resistirse, a algún cambio social más o menos radical. Que no siempre será, por supuesto, necesariamente una revolución social: tantas veces hemos asistido a trágicos “saltos hacia atrás”, que huelgan los ejemplos. La revolución siempre será una de las posibilidades en pugna cuando el sentido común instalado ya no da para más y debe dar paso a uno nuevo, como parte de un nuevo sistema de creencias, saberes y valores.
Todo sentido común socialmente vigente hace parte de un sistema de creencias, valores y saberes de factura cotidiana. Constituye la base lógica, la capacidad “lectora” y de acciónen que se ancla ese conjunto de creencias, etc. Es lo que nos hace socialmente “sensatos” a los ojos de la mayoría de la gente. Como todo el conjunto de saberes, valores y creencias, el sentido común se alimenta de la tradición pero en último término nace de la necesidad de enfrentar situaciones cotidianas. Resultará, en palabras de Jurgen Habermas, del “entendimiento” a que conduce la “acción comunicativa” entre quienes participamos del “mundo de la vida” (Lebenswelt), es decir de la sociedad en su totalidad en tanto seres que procuran a diario reproducir su vida…
Como es resultado del mundo de la vida y no de la elaboración intelectual de los sabios, el sentido común da por sentado un conjunto de “verdades útiles” –relativa y aparentemente—, normales, naturales, eternas, y precisamente por resultar útiles se mantendrán a salvo de cuestionamientos por parte del común de la gente.
Por supuesto que no hablamos de un nivel de la conciencia ideológicamente neutral o cosa parecida. El sentido común se construye bajo el mando, bajo la lógica de quienes pueden imponer, machaconamente, criterios, “verdades incuestionables” que se harán tradición. Nos habilita para enfrentar situaciones tanto como para la aceptación resignada.
El sentido común tiene desde luego su dinámica, sus recambios permanentes y por tanto su elasticidad que le permite seguir siendo soporte de lo socialmente establecido. Cambiará, se readecuará como reflejo inevitable del cambio evolutivo en la vida social, de sus novedades y sus obsolescencias. Hace treinta años, para la inmensa mayoría de la gente no tenía sentido, de ningún tipo, publicar o temerle a la publicación de un acontecimiento trivial de familia o de un grupo de amigos en las llamadas redes sociales. Simplemente tales redes no existían. Hoy, esas publicaciones y esos temores forman parte de la cotidianidad y en torno a ellos se ha creado todo un conjunto de supuestos obvios (incluyendo que para uno existir decentemente tiene que participar de dichas redes).
Pero ¿qué tal si la idea fuera desmontar todo un sistema de creencias, valores y sentidos? De esto se trata, bien sabemos, toda revolución social y cultural. Puesto que, por definición, ningún sistema de sentidos comunes se impugnará a sí mismo (en la misma medida que lo hiciera perdería su naturaleza como tal), hay que convenir en que esa impugnación deberá procederle desde fuera. Ya vimos cómo el sentido común se ve obligado a readecuarse. Pero, ¿y si el “mundo de la vida” cambiara radicalmente? Teóricamente, entonces cambiará radicalmente el sentido común.
Este cambio, sin embargo, no nunca será a modo de una mudanza de chaqueta. Solo puede tratarse de una transformación. Ningún sistema cultural se transformará sin que medie la impugnación y el cuestionamiento de “lo que hay”. Impugnación y cuestionamiento que buscarán “destruir”, si se quiere, viejas creencias, valores y sentidos, pero la revolución social y cultural solo puede “destruir” para reconvertir. Y solo puede reconvertir a partir de lo que hay. Llevado al plano de nuestro tema, significa: La instalación de un nuevo sistema de sentidos, incluyendo, inevitablemente, un nuevo sentido común, será posible únicamente tomando como plataforma del sistema de sentidos que se pretende dejar atrás.
La primera razón es que no todo es viejo e inútil en ningún sistema de creencias, valores y saberes. Por algo la gente ha creído y actuado, y mal que bien ha sobrevivido amparada en la espontánea “sabiduría popular”. Hay mucho de valor permanente y universal en lo que brota del mero hecho de enfrentarse a la vida. La segunda razón es que lo nuevo, verdadero y superior solo será evidenciado en su contraste ante lo viejo e inútil. A finales de los ´60 del siglo XX, Paulo Freire escribió un opúsculo sobre la labor pedagógica de los agrónomos en el que reprochaba su usual pretensión de simplemente querer suplantar los saberes tradicionales del campo por lo aprendido en las escuelas técnicas y en las universidades. En lugar de ello, el pedagogo brasileño clamaba por la necesidad de entender al campesino tal como piensa y sabe cultivar la tierra, incluyendo sus creencias y usos mágico-religiosos centenarios y hasta milenarios. Desde este entendimiento y a través de la demostración práctica de lo traído desde fuera podría augurarse algún éxito en la intención de enseñar lo “superior”.
Es buen ejemplo para aquello de la “batalla de las ideas”, capítulo central de la lucha global por un mundo distinto.
Continuaremos…
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